SECRETOS COMPARTIDOS
PARTE 1
Sigilosa, subió de dos en dos los escalones que la llevaba al desván. Un lugar oscuro, invadido por telarañas. El aroma a moho la sacudió. Pensó en las ratas, a veces las escuchaba corretear, y un escalofrío la recorrió de pies a cabeza. Pero ni el temor a esos roedores repugnantes la hizo desistir de su propósito. Quería conocerla, necesitaba hacerlo.
El haz de luz de la linterna que llevaba consigo lo descubrió. En un rincón, debajo de unas estanterías abarrotadas de libros y diarios empolvados, la esperaba el arcón de su abuela y dentro de él, cientos de recuerdos...dulces, amargos; felices, tristes; trágicos, ordinarios...
Se arrodilló frente a él y lo abrió con aprensión y respeto. Dos polillas indiscretas salieron volando, probablemente asustadas por su intromisión.
Ana iluminó el interior. Su mirada voló hacia un vestido de tul y puntillas de un blanco amarillento, testigo del paso del tiempo. Lo tomó entre sus manos y sintió vibrar su espíritu. "¿Qué secretos se esconden entre tus pliegues?", pensó taciturna. Con sumo cuidado lo depositó sobre una silla desvencijada.
Continuó hurgando. Frascos de perfume vacíos, una caja de terciopelo rojo. Lentamente levantó la tapa y un ramito de violetas secas la sorprendió. Temió que se desintegrara y la cerró con prontitud.
Más allá, otra caja más pequeña de madera repujada. Una bailarina se asomó ejecutando deliciosos pasos de ballet al son del Vals de las Flores de Tchaikovsky...¡cuántas veces su abuela se refirió con amor a esa cajita musical y ella nunca le prestó atención! "Cosas de vieja", pensaba.
Su abuela quería acercarse a ella, hacerla cómplice de su historia, una maravillosa historia de amor, trunca por los caprichos del destino. Ella, enroscada en su necedad, se había negado a ser su confidente. ¡Tarde reconoció su error! Su abuela ya no estaba.
"Perdón abuela Ethel, perdón por haber sido tan fría, por no haberte demostrado mi cariño. Fui una tonta." Palabras que le brotaron del alma en el lecho de muerte de la anciana. Una serena sonrisa la absolvió. Aferrada a su mano, partió hacia la eternidad.
Sigilosa, subió de dos en dos los escalones que la llevaba al desván. Un lugar oscuro, invadido por telarañas. El aroma a moho la sacudió. Pensó en las ratas, a veces las escuchaba corretear, y un escalofrío la recorrió de pies a cabeza. Pero ni el temor a esos roedores repugnantes la hizo desistir de su propósito. Quería conocerla, necesitaba hacerlo.
El haz de luz de la linterna que llevaba consigo lo descubrió. En un rincón, debajo de unas estanterías abarrotadas de libros y diarios empolvados, la esperaba el arcón de su abuela y dentro de él, cientos de recuerdos...dulces, amargos; felices, tristes; trágicos, ordinarios...
Se arrodilló frente a él y lo abrió con aprensión y respeto. Dos polillas indiscretas salieron volando, probablemente asustadas por su intromisión.
Ana iluminó el interior. Su mirada voló hacia un vestido de tul y puntillas de un blanco amarillento, testigo del paso del tiempo. Lo tomó entre sus manos y sintió vibrar su espíritu. "¿Qué secretos se esconden entre tus pliegues?", pensó taciturna. Con sumo cuidado lo depositó sobre una silla desvencijada.
Continuó hurgando. Frascos de perfume vacíos, una caja de terciopelo rojo. Lentamente levantó la tapa y un ramito de violetas secas la sorprendió. Temió que se desintegrara y la cerró con prontitud.
Más allá, otra caja más pequeña de madera repujada. Una bailarina se asomó ejecutando deliciosos pasos de ballet al son del Vals de las Flores de Tchaikovsky...¡cuántas veces su abuela se refirió con amor a esa cajita musical y ella nunca le prestó atención! "Cosas de vieja", pensaba.
Su abuela quería acercarse a ella, hacerla cómplice de su historia, una maravillosa historia de amor, trunca por los caprichos del destino. Ella, enroscada en su necedad, se había negado a ser su confidente. ¡Tarde reconoció su error! Su abuela ya no estaba.
"Perdón abuela Ethel, perdón por haber sido tan fría, por no haberte demostrado mi cariño. Fui una tonta." Palabras que le brotaron del alma en el lecho de muerte de la anciana. Una serena sonrisa la absolvió. Aferrada a su mano, partió hacia la eternidad.
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