INFORMACION, POR FAVOR
Historia publicada en la Revista selecciones en 1966 por Paul Villiard
Cuando yo era muy chico, mi familia tuvo uno de los primeros teléfonos que se instalaron en el pueblo. Recuerdo muy bien la caja de madera pulida fija en la pared, en el descanso de la escalera, y hasta el número: 105. Aunque yo era muy pequeño para alcanzar el aparato, solía escuchar embelesado a mi madre hablar por él. Una vez me alzó para que le dijera algo a mi padre, que estaba en un viaje de negocios. ¡Parecía cosa de magia!.
Luego descubrí que dentro del maravilloso mecanismo, oculta en algún lugar, vivía una criatura asombrosa que se llamaba "Información, por favor". No había nada que ella no supiera. Mamá podía preguntarle el número telefónico de cualquier persona, y si nuestro reloj se quedaba sin cuerda, Información, por favor, nos daba de inmediato la hora exacta.
Mi primer contacto personal con el hada madrina que vivía en el teléfono ocurrió un día en que mi madre fue a visitar a una vecina. Mientras yo jugaba en el sótano con la caja de herramientas me golpeé un dedo con el martillo. El dolor era tremendo, pero pensé que de nada me servía llora porque no había nadie en casa para consolarme. Me puse a dar vueltas por la casa chupándome el dedo herido hasta que llegué a la escalera. ¡El teléfono! Corrí a buscar el taburete de la sala y lo arrastré hasta el descanso. Encaramándome sobre el taburete, descolgué el receptor y me lo puse al oído.
_Información, por favor.
Luego de dos o tres chasquidos una vocecita clara me dijo:
_Información.
_ Me lastimé el dedo
_ ¿No está tu mamá en casa?
_ Estoy solo.
_ ¿Estás sangrando?
_ No. Me pegué con el martillo y me duele mucho.
_ ¿Puedes abrir la heladera?... Entonces rompe un trozo de hielo y apriétalo contra el dedo. Así dejará de dolerte. No llores. Todo saldrá bien.
Después de eso llamaba a Información, por favor, por todo. Le pedía que me ayudara con mis tareas de geografía, y ella me decía dónde estaban Filadelfia y Orinoco, el lejano río que pensaba explorar cuando creciera. Me ayudaba con los problemas de aritmética, y en una ocasión me dijo que mi ardilla ( la que había atrapado en el parque) comía nueces y frutas.
Una vez le conté la muerte de nuestro canario. Tras oírme Información, por favor, me dijo :
_ Paul, recuerda siempre que hay otros mundos donde cantar.
Con eso me sentí mejor.
Todo esto sucedió en un pueblito rural. Luego, cuando yo tenía nueve años, nos mudamos a la gran ciudad, donde extrañaba mucho a mi hada madrina. Para mí, ella vivía dentro de la caja de madera, en la otra casa, y no sé porque nunca se me ocurrió buscarla en el teléfono nuevo, largo y flaco, que estaba sobre una mesita del vestíbulo.
Sin embargo, al llegar a la adolescencia, el recuerdo de aquellas conversaciones de mi infancia jamás me abandonó; en momentos de duda o confusión, evocaba la grata sensación de seguridad que me producía saber que, si llamaba a Información, por favor, obtendría siempre la respuesta correcta.
Pocos años después, al hacer un viaje por el país, mi avión hizo escala en una ciudad cercana al pueblo de mi infancia. Como disponía de algunos minutos hablé por teléfono con mi hermana, y luego, sin saber en realidad lo que hacía, marqué el número de la telefonista de mi pueblo y dije:
_ Información, por favor.
Como por milagro, volví a oír la voz que tan bien conocía:
_ Información.
_ ¿Podría decirme como se deletrea fijar?_ pregunté.
Tras un largo silencio recibí respuesta:
_ Supongo que ya te habrás curado el dedo...
Solté una carcajada y le dije:
_ Así que es usted. No se imagina lo mucho que significó para mí en aquel tiempo.
_ Y tú no sabes lo que significaste para mí. Nunca tuve hijos, y siempre esperaba con ansia tus llamados.
¡Que tontería!, ¿verdad?.
No me parecía una tontería, pero no se lo dije, preferí preguntarle si podía llamarla de nuevo.
_Me darás un gran placer, pregunta por Sally.
Tres meses después me encontraba en el mismo aeropuerto. Una voz diferente respondió cuando pedí Información, por favor. Pedí por Sally.
_ Lamento decirle que Sally falleció hace cinco semanas.
Cuando me disponía a cortar la comunicación, aturdido por la noticia, la voz añadió:
_ Un momento, ¿dice usted que se llama Paul Villiard? Sally me dejó un mensaje para usted. Se lo leeré: "Dile que sigo creyendo que hay otros mundos donde cantar. Él sabrá lo que quiero decir".
Le dí las gracias a la telefonista y colgué. Sí, sabía muy bien lo que Sally quería decir.
Cuando yo era muy chico, mi familia tuvo uno de los primeros teléfonos que se instalaron en el pueblo. Recuerdo muy bien la caja de madera pulida fija en la pared, en el descanso de la escalera, y hasta el número: 105. Aunque yo era muy pequeño para alcanzar el aparato, solía escuchar embelesado a mi madre hablar por él. Una vez me alzó para que le dijera algo a mi padre, que estaba en un viaje de negocios. ¡Parecía cosa de magia!.
Luego descubrí que dentro del maravilloso mecanismo, oculta en algún lugar, vivía una criatura asombrosa que se llamaba "Información, por favor". No había nada que ella no supiera. Mamá podía preguntarle el número telefónico de cualquier persona, y si nuestro reloj se quedaba sin cuerda, Información, por favor, nos daba de inmediato la hora exacta.
Mi primer contacto personal con el hada madrina que vivía en el teléfono ocurrió un día en que mi madre fue a visitar a una vecina. Mientras yo jugaba en el sótano con la caja de herramientas me golpeé un dedo con el martillo. El dolor era tremendo, pero pensé que de nada me servía llora porque no había nadie en casa para consolarme. Me puse a dar vueltas por la casa chupándome el dedo herido hasta que llegué a la escalera. ¡El teléfono! Corrí a buscar el taburete de la sala y lo arrastré hasta el descanso. Encaramándome sobre el taburete, descolgué el receptor y me lo puse al oído.
_Información, por favor.
Luego de dos o tres chasquidos una vocecita clara me dijo:
_Información.
_ Me lastimé el dedo
_ ¿No está tu mamá en casa?
_ Estoy solo.
_ ¿Estás sangrando?
_ No. Me pegué con el martillo y me duele mucho.
_ ¿Puedes abrir la heladera?... Entonces rompe un trozo de hielo y apriétalo contra el dedo. Así dejará de dolerte. No llores. Todo saldrá bien.
Después de eso llamaba a Información, por favor, por todo. Le pedía que me ayudara con mis tareas de geografía, y ella me decía dónde estaban Filadelfia y Orinoco, el lejano río que pensaba explorar cuando creciera. Me ayudaba con los problemas de aritmética, y en una ocasión me dijo que mi ardilla ( la que había atrapado en el parque) comía nueces y frutas.
Una vez le conté la muerte de nuestro canario. Tras oírme Información, por favor, me dijo :
_ Paul, recuerda siempre que hay otros mundos donde cantar.
Con eso me sentí mejor.
Todo esto sucedió en un pueblito rural. Luego, cuando yo tenía nueve años, nos mudamos a la gran ciudad, donde extrañaba mucho a mi hada madrina. Para mí, ella vivía dentro de la caja de madera, en la otra casa, y no sé porque nunca se me ocurrió buscarla en el teléfono nuevo, largo y flaco, que estaba sobre una mesita del vestíbulo.
Sin embargo, al llegar a la adolescencia, el recuerdo de aquellas conversaciones de mi infancia jamás me abandonó; en momentos de duda o confusión, evocaba la grata sensación de seguridad que me producía saber que, si llamaba a Información, por favor, obtendría siempre la respuesta correcta.
Pocos años después, al hacer un viaje por el país, mi avión hizo escala en una ciudad cercana al pueblo de mi infancia. Como disponía de algunos minutos hablé por teléfono con mi hermana, y luego, sin saber en realidad lo que hacía, marqué el número de la telefonista de mi pueblo y dije:
_ Información, por favor.
Como por milagro, volví a oír la voz que tan bien conocía:
_ Información.
_ ¿Podría decirme como se deletrea fijar?_ pregunté.
Tras un largo silencio recibí respuesta:
_ Supongo que ya te habrás curado el dedo...
Solté una carcajada y le dije:
_ Así que es usted. No se imagina lo mucho que significó para mí en aquel tiempo.
_ Y tú no sabes lo que significaste para mí. Nunca tuve hijos, y siempre esperaba con ansia tus llamados.
¡Que tontería!, ¿verdad?.
No me parecía una tontería, pero no se lo dije, preferí preguntarle si podía llamarla de nuevo.
_Me darás un gran placer, pregunta por Sally.
Tres meses después me encontraba en el mismo aeropuerto. Una voz diferente respondió cuando pedí Información, por favor. Pedí por Sally.
_ Lamento decirle que Sally falleció hace cinco semanas.
Cuando me disponía a cortar la comunicación, aturdido por la noticia, la voz añadió:
_ Un momento, ¿dice usted que se llama Paul Villiard? Sally me dejó un mensaje para usted. Se lo leeré: "Dile que sigo creyendo que hay otros mundos donde cantar. Él sabrá lo que quiero decir".
Le dí las gracias a la telefonista y colgué. Sí, sabía muy bien lo que Sally quería decir.
Comentarios
Publicar un comentario