ANA FRANK, AMOR A LA VIDA
Al cumplir trece años, Ana recibió un "diario" como obsequio. Allí comenzó a plasmar sus pensamientos más íntimos. Lo que pudo haber sido un diario común de adolescente, se convirtió en el testimonio de uno de los períodos oscuros de la historia.
Ana tuvo que ocultarse junto a su familia en el desván de un pequeño edificio para poder sobrevivir al holocausto judío.
Escribió su diario en forma de cartas para alguien llamado Kitty, quizá, su gran amiga Käthe.
El 4 de agosto de 1944, oficiales alemanes descubrieron el escondite, arrestando a los Frank.
Ana murió de tifus. Algunas semanas después de su muerte, llegaron los británicos y liberaron el campo de concentración Bergen Belsen, dónde se encontraba.
De toda la familia sólo su padre, Otto Frank sobrevivió. Fue él quien publicó el diario de Ana, sabiendo que el sueño de su hija era el de ser escritora.
Ana relató su vida en aquellos pocos metros cuadrados de refugio, con sencillez, fuerza y verdad. Alejada de los intereses que sonreían a su juventud, la protagonista observa y juzga los acontecimientos con un candor que subyuga.
Ana habló de los peligros que los amenazaban, pero sin perder la esperanza, era una persona vivaz y alegre, Aunque en septiembre de 1943, comenzó a sentirse deprimida, deseaba tener una vida normal, por lo tanto sus padres se vieron obligados a suministrarle valeriana y distintos remedios caseros para calmar su ansiedad.
Su idilio con Peter, compañero de cautiverio, tuvo la gracia de una flor espontánea en sus diversas fases y manifestaciones. El afecto por un gato fue el símbolo de los vínculos deseados pero imposibles con el exterior. No hubo nada que la llevara a juzgar con acritud aquella vida tan injusta y contraria a su naturaleza: "Asombra que no haya abandonado aún todas mis esperanzas, puesto que parecen absurdas e irrealizables. Sin embargo, me aferro a ellas, a pesar de todo, porque sigo creyendo en la bondad innata del hombre".
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